A la Samaritana Jesús
le prometió un agua viva que sacia la sed y no paró hasta que ésta la deseó.
Ella fue a por agua y Dios le ofreció otro tipo de agua.
Lo mismo les sucede a
los habitantes de Cafarnaúm. Jesús les ha dado de comer en el despoblado ¡nada
más y nada menos que a cinco mil hombres sin contar mujeres y niños! De ahí que
busquen a Jesús, pero ¿por qué le buscan? Por puro interés. Me buscáis, les dice, porque habéis comido panes y os habéis
saciado (Jn 6, 26). Han comido pan hasta “saciarse” pero Jesús les quiere
descubrir otro pan, el pan de vida, el que sacia de verdad. Buscad otro pan que permanece hasta la vida
eterna. Y del mismo modo que la samaritana, la admiración contagia a los de
Cafarnaúm hasta desear ese pan: Señor,
danos siempre este pan (Jn 6, 34). Desde entonces no nos cansamos de
pedírselo: ¡Danos hoy nuestro pan de cada día!
¿Dónde comprar ese pan?
¿Cómo lo podemos conseguir? ¿De qué tipo de harina está hecho?
Yo
soy el pan de vida (Jn 6, 35). Jesús se nos da como
pan que da vida. Pero no una vida cualquiera sino la vida verdadera, la vida
plena, la vida Eterna. Sin el pan de vida no tenemos vida plena, no tenemos
vida eterna. Sin Jesús Eucaristía nuestra vida no es vida porque no es plena.
Por eso les dice: El que venga a mí no
tendrá más hambre. Él es la vida y sin Él sobrevivimos pero no vivimos.
Así lo entendieron con
posterioridad los cristianos. Para ellos el domingo, la eucaristía, era
imprescindible para la vida. Muchos son los ejemplos que nos han llegado. Es
especialmente llamativo el de los mártires africanos de Abitinia que, tras ser
avisados de la prohibición la de celebrar la Misa bajo pena de muerte, no
cejaron en su santo propósito. Cuando les descubrieron, ante la pregunta de por
qué hacían eso estando prohibido, ellos contestaron: Sine domenicus non possumus (sin el domingo no podemos). Sin Jesús,
sin la Eucaristía que es Jesús, no hay vida, tampoco nosotros podemos.
El Señor nos alimenta.
Lo sorprendente no es eso, lo admirable es que Él sea al mismo tiempo el
alimento. Se nos entrega. Ese es el verdadero significado de la Eucaristía: la
entrega por amor.
¡Qué bien lo entendió
Juan al pie de la cruz! Allí, al contemplar con María cómo el cuerpo de Jesús
era clavado y su sangre derramada para que tuviésemos vida, fue donde entendió
la celebración del día anterior en el cenáculo durante la última cena: ese pan
partido y ese vino ofrecido eran su cuerpo clavado y su sangre derramada. Ahora
sí, ¡lo entendía! El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna. ¡Señor, danos de ese pan! Preparemos
nuestro corazón, acerquémonos a adorar y a comulgar. No hacerlo es un sinvivir.
No comulgar es, decía el cura de Ars,
como cuando alguien muere de sed junto a
una fuente.
P. Francisco Vidal Calatayud dcjm
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