Hay momentos en la vida
que se transforman en puntos centrales de nuestra historia. Aquella hora sexta
(las 12 de la mañana) junto al pozo, en Sicar, se convirtió en uno de ellos
para aquella mujer samaritana que un día más se acercó a aquel pozo a por agua.
Como un día cualquiera (lo hacía todos los días) se acercó al pozo de siempre,
pero la presencia misteriosa de un hombre cansado hizo de aquel momento
aparentemente cotidiano uno de los acontecimientos fundamentales de su
historia. En palabras de Santa Teresa de Jesús, va a suceder un encuentro a solas con Cristo Solo.
¿Quién es este hombre que, siendo judío, no sólo me habla
sino que además me pide de beber?
Ciertamente no lo conocía de nada. Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber le pedirías
tú a Él y Él te daría agua viva (Jn 4, 10). No se conocían y ya Él le estaba invitando a
pedirle un agua un poco especial, un agua viva.
Pero poco a poco comenzaron a entablar conversación. Primero
del pozo de Jacob y de su agua, para pasar después a hablar de la sed. Pero
este hombre entró más, entró en su corazón y le hizo ver que lo que ella tenía
eran dos tipos de sed muy distintas. Por un lado tenía sed de agua, y por eso
iba todos los días a aquel pozo con su cántaro a recogerla. Por otro lado le
hizo descubrir que en el fondo había una sed mucho más profunda: la sed de
plenitud, y esa tampoco la había saciado. ¿Cómo saciar esa sed? Ya lo decía San
Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti”. Así estaba su corazón: INQUIETO.
Así fue como, hablando con Él, comenzó a desear ese agua que
ni siquiera conocía. El misterioso hombre cansado fue repasando su historia
(parecía conocerla mejor que ella) y de ese modo le ayudó a interpretar sus
deseos. Y así comprendió un poco más: Veo
que eres un profeta. Pero todavía no le conocía del todo pues esperaba otro
mesías: Se que va a venir el Mesías, el
Cristo; cuando venga, el nos lo dirá todo. Jesús le dice: soy yo, el que habla contigo (Jn 4, 26).
¡Qué cerca lo tenía y no lo percibía! ¿No nos pasa a
nosotros lo mismo? ¿De qué tenemos sed? ¿Cómo saciamos nuestra sed de plenitud?
Hablemos con Jesús para que comencemos a desear ese agua que
nos sacia. ¿Cómo? Cuidando su presencia: “Soy yo, el que habla contigo”.
Este momento verdaderamente le marcó. De hecho, se fue del
pozo y se olvidó su cántaro junto al brocal y marchó a anunciar lo que le había
pasado. ¿Había empezado a brotar dentro de ella el agua viva?
P. Francisco Vidal Calatayud dcjm.
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