lunes, 17 de noviembre de 2014

Meditación: Yo soy, el que habla contigo

Hay momentos en la vida que se transforman en puntos centrales de nuestra historia. Aquella hora sexta (las 12 de la mañana) junto al pozo, en Sicar, se convirtió en uno de ellos para aquella mujer samaritana que un día más se acercó a aquel pozo a por agua. Como un día cualquiera (lo hacía todos los días) se acercó al pozo de siempre, pero la presencia misteriosa de un hombre cansado hizo de aquel momento aparentemente cotidiano uno de los acontecimientos fundamentales de su historia. En palabras de Santa Teresa de Jesús, va a suceder un encuentro a solas con Cristo Solo.
         ¿Quién es este hombre que, siendo judío, no sólo me habla sino que además me pide de beber?
         Ciertamente no lo conocía de nada. Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber le pedirías tú a Él y Él te daría agua viva (Jn 4, 10).  No se conocían y ya Él le estaba invitando a pedirle un agua un poco especial, un agua viva.
         Pero poco a poco comenzaron a entablar conversación. Primero del pozo de Jacob y de su agua, para pasar después a hablar de la sed. Pero este hombre entró más, entró en su corazón y le hizo ver que lo que ella tenía eran dos tipos de sed muy distintas. Por un lado tenía sed de agua, y por eso iba todos los días a aquel pozo con su cántaro a recogerla. Por otro lado le hizo descubrir que en el fondo había una sed mucho más profunda: la sed de plenitud, y esa tampoco la había saciado. ¿Cómo saciar esa sed? Ya lo decía San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Así estaba su corazón: INQUIETO.
         Así fue como, hablando con Él, comenzó a desear ese agua que ni siquiera conocía. El misterioso hombre cansado fue repasando su historia (parecía conocerla mejor que ella) y de ese modo le ayudó a interpretar sus deseos. Y así comprendió un poco más: Veo que eres un profeta. Pero todavía no le conocía del todo pues esperaba otro mesías: Se que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, el nos lo dirá todo. Jesús le dice: soy yo, el que habla contigo (Jn 4, 26).
         ¡Qué cerca lo tenía y no lo percibía! ¿No nos pasa a nosotros lo mismo? ¿De qué tenemos sed? ¿Cómo saciamos nuestra sed de plenitud?
         Hablemos con Jesús para que comencemos a desear ese agua que nos sacia. ¿Cómo? Cuidando su presencia: “Soy yo, el que habla contigo”.

         Este momento verdaderamente le marcó. De hecho, se fue del pozo y se olvidó su cántaro junto al brocal y marchó a anunciar lo que le había pasado. ¿Había empezado a brotar dentro de ella el agua viva?

P. Francisco Vidal Calatayud dcjm.

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